26 sept 2011

Antibióticos, ¿deberíamos preocuparnos en el futuro?


Parece que en los últimos años hemos progresado, tanto médicos como pacientes, en la necesidad de dar un uso racional a los antibióticos ante la amenaza del aumento de resistencias. ¿Quizás demasiado tarde? Ya estamos empezando a pagar por estos usos indiscriminados de los antibióticos y el abuso tanto en la medicina, como en la ganadería o en la agricultura. No solo por el hecho de que los antibióticos antiguos cada vez sean menos eficaces frente a los microorganismos, sino porque en los últimos años prácticamente no se ha descubierto ninguna clase nueva de antibióticos. Cada año se lanzan al mercado una media de dos “nuevos” antibióticos, ¿y por qué sigo “nuevos” en lugar de nuevos? Pues porque la mayoría de nuevos tienen poco. 

Para muestra un botón, no hace mucho The New England Journal of Medicine (una de las publicaciones más prestigiosas en medicina) publicó los resultados de un ensayo clínico sobre un antibiótico llamado fidaxomicina. Este fármaco es el primer antibiótico de una nueva familia (los macrocíclicos, emparentados con los veteranos macrólidos) y lo han comparado con la vancomicina, un antibiótico bastante antiguo de amplio espectro (actúa contra un gran número de bacterias). Ambos tienen usos bastante similares y los resultados muestran que el primero tiene una eficacia “no inferior” respecto al antiguo. Pero es que la fidaxomicina es un antibiótico que lleva casi 10 años intentando entrar en el mercado y que, en su momento, fue muy criticado por el hecho de que era tan similar a la vancomicina que parecía una burla que fuera tan caro. Tristemente, presentándolo 10 años después y ante la falta de antibióticos nuevos de verdad, parece que la fidaxomicina es la revolución farmacológica del año y que nos lo puedan vender cómo y cuándo quieran.

Realmente necesitamos nuevos antibióticos, porque las bacterias no pueden crear resistencias de una manera tan rápida, como ocurre con los antibióticos que se derivan de otros compuestos que ya se usan. El desarrollo en este campo se ha reducido drásticamente en los últimos 20 años, y la mayoría de las novedades del mercado se basan en los mecanismos ya existentes.

Actualmente, el precio medio de desarrollo de un nuevo medicamento es de unos 500 millones de euros y los beneficios que pueda aportar la salida al mercado de un nuevo antibiótico parece que no motivan demasiado a las grandes farmacéuticas. Pfizer Inc. ha cerrado la mayoría de sus plantas de producción en este campo y las restantes las trasladarán a China; en su lugar las plantas de fármacos cardiovasculares se instalarán en Massachusetts. Y donde dice Pfizer pueden incluirse otros muchas farmacéuticas. Obviamente, esto implica que la farmacéutica en sí abandona la investigación de antibióticos y deja de interesarse en los avances de grupos independientes, que también se ven afectados porque para continuar investigando necesitan socios con dinero.

Los antibióticos no son un buen negocio: son una medicación que se administra unos pocos días (como máximo unas semanas), el precio que alcanzan en el mercado suele ser bastante reducido y cuanto más extenso se hace su uso, antes aparecen las resistencias y se reduce su eficacia. Si lo miramos así, es bastante lógico que las farmacéuticas se abracen a los medicamentos para el colesterol, la hipertensión o cualquier tratamiento crónico.

¿Qué soluciones nos podemos plantear?

La solución no es puramente científica, puesto que aún nos quedan muchas líneas de investigación que no se han utilizado, sino que también se necesitarán incentivos económicos. La industria farmacéutica es un sector privado y como tal no podemos obligarlos a emprender un negocio que no les es rentable, por mucho que haya una necesidad sanitaria detrás. Quizá sea hora de que los gobiernos se impliquen un poco más en este tema; ya lo hicieron prohibiendo muy acertadamente el uso de antibióticos para potenciar el crecimiento del ganado o las campañas para hacer entender que las infecciones de vías respiratorias altas suelen estar causadas por virus y no requieren antibióticos. Pero seguramente la inversión pública para fomentar el desarrollo de nuevos antibióticos podría acabar siendo necesaria en un futuro no muy lejano.

Las decisiones de la industria farmacéutica no son siempre las ideales desde el punto de vista de las necesidades médicas de la población, pero el tener en cuenta los incentivos económicos las ha hecho muy exitosas y posiblemente reconducir esos incentivos por parte del gobierno pueda llevar a futuros beneficios para la sociedad.


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