Parece que en los últimos
años hemos progresado, tanto médicos como pacientes, en la
necesidad de dar un uso racional a los antibióticos ante la amenaza
del aumento de resistencias. ¿Quizás demasiado tarde? Ya
estamos empezando a pagar por estos usos indiscriminados de los
antibióticos y el abuso tanto en la medicina, como en la ganadería
o en la agricultura. No solo por el hecho de que los antibióticos
antiguos cada vez sean menos eficaces frente a los microorganismos,
sino porque en los últimos años prácticamente no se ha descubierto
ninguna clase nueva de antibióticos. Cada año se lanzan al mercado
una media de dos “nuevos” antibióticos, ¿y por qué sigo
“nuevos” en lugar de nuevos? Pues porque la mayoría de nuevos
tienen poco.
Para
muestra un botón, no hace mucho The New England Journal of
Medicine (una de las
publicaciones más prestigiosas en medicina) publicó los resultados
de un ensayo clínico sobre un antibiótico llamado fidaxomicina.
Este fármaco es el primer antibiótico de una nueva familia (los
macrocíclicos, emparentados con los veteranos macrólidos) y lo han
comparado con la vancomicina, un antibiótico bastante antiguo de
amplio espectro (actúa contra un gran número de bacterias). Ambos
tienen usos bastante similares y los resultados muestran que el
primero tiene una eficacia “no inferior” respecto al antiguo.
Pero es que la fidaxomicina es un antibiótico que lleva casi 10 años
intentando entrar en el mercado y que, en su momento, fue muy
criticado por el hecho de que era tan similar a la vancomicina que
parecía una burla que fuera tan caro. Tristemente, presentándolo 10
años después y ante la falta de antibióticos nuevos de verdad,
parece que la fidaxomicina es la revolución farmacológica del año
y que nos lo puedan vender cómo y cuándo quieran.
Realmente
necesitamos nuevos antibióticos, porque las bacterias no pueden
crear resistencias de una manera tan rápida, como ocurre con los
antibióticos que se derivan de otros compuestos que ya se usan. El
desarrollo en este campo se ha reducido drásticamente en los últimos
20 años, y la mayoría de las novedades del mercado se basan en los
mecanismos ya existentes.
Actualmente,
el precio medio de desarrollo de un nuevo medicamento es de unos 500
millones de euros y los beneficios que pueda aportar la salida al
mercado de un nuevo antibiótico parece que no motivan demasiado a
las grandes farmacéuticas. Pfizer Inc. ha cerrado la mayoría de sus
plantas de producción en este campo y las restantes las trasladarán
a China; en su lugar las plantas de fármacos cardiovasculares se
instalarán en Massachusetts. Y donde dice Pfizer pueden incluirse
otros muchas farmacéuticas. Obviamente, esto implica que la
farmacéutica en sí abandona la investigación de antibióticos y
deja de interesarse en los avances de grupos independientes, que
también se ven afectados porque para continuar investigando
necesitan socios con dinero.
Los
antibióticos no son un buen negocio: son una medicación que se
administra unos pocos días (como máximo unas semanas), el precio
que alcanzan en el mercado suele ser bastante reducido y cuanto más
extenso se hace su uso, antes aparecen las resistencias y se reduce
su eficacia. Si lo miramos así, es bastante lógico que las
farmacéuticas se abracen a los medicamentos para el colesterol, la
hipertensión o cualquier tratamiento crónico.
¿Qué
soluciones nos podemos plantear?
La
solución no es puramente científica, puesto que aún nos quedan
muchas líneas de investigación que no se han utilizado, sino que
también se necesitarán incentivos económicos. La industria
farmacéutica es un sector privado y como tal no podemos obligarlos a
emprender un negocio que no les es rentable, por mucho que haya una
necesidad sanitaria detrás. Quizá sea hora de que los gobiernos se
impliquen un poco más en este tema; ya lo hicieron prohibiendo muy
acertadamente el uso de antibióticos para potenciar el crecimiento
del ganado o las campañas para hacer entender que las infecciones de
vías respiratorias altas suelen estar causadas por virus y no
requieren antibióticos. Pero seguramente la inversión pública para
fomentar el desarrollo de nuevos antibióticos podría acabar siendo
necesaria en un futuro no muy lejano.
Las
decisiones de la industria farmacéutica no son siempre las ideales
desde el punto de vista de las necesidades médicas de la población,
pero el tener en cuenta los incentivos económicos las ha hecho muy
exitosas y posiblemente reconducir esos incentivos por parte del
gobierno pueda llevar a futuros beneficios para la sociedad.
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