El buceo
Reconozcamos que el agua
no es el medio natural del ser humano. Así que para asegurar que no
sufrimos ningún daño no es suficiente equiparse con un material
adecuado, sino conocer como puede afectarnos un aumento de presiones.
A medida que se
desciende, la presión aumenta a razón de una atmósfera cada diez
metros (teniendo en cuenta que en la superficie ya se soporta una
atmósfera de presión), motivo por el que hay que ir regulando
progresivamente la presión del aire que subministra la botella. La
composición del aire en la botella es la misma que respiramos
normalmente, con un 79% de nitrógeno y un 21% de oxígeno. Pero ahí
abajo la ley de Henry nos puede traicionar: A temperatura constante,
la cantidad de gas disuelto en un líquido es proporcional a la
presión que ese gas ejerce sobre el líquido. O traducido en
términos de fisiología humana, a medida que el buceador desciende,
la presión de los gases aumenta y la cantidad de oxígeno y sobre
todo nitrógeno (porque el cuerpo no lo consume, a diferencia del
oxígeno) disueltos en sangre cada vez es mayor.
Al aumentar el nitrógeno
en sangre, este se fija a los lípidos, especialmente en la
superficie de las neuronas y en la mielina, que es la vaina grasa que
envuelve a muchas neuronas para facilitar la conducción nerviosa. La
transmisión neuronal se ve entorpecida por este fenómeno y el
buceador empieza a sentir un embotamiento mental, conocido como
narcosis por nitrógeno o la “borrachera de las profundidades”.
No hay una profundidad clave para empezar a desarrollarla, sino que
depende mucho de cada persona; y hay factores que la facilitan
(obesidad, estrés, falta de entrenamiento, frío...).
También el oxígeno
puede jugarnos una mala pasada. Respirar una mezcla demasiado rica de
oxígeno puede afectar al sistema nervioso, a los pulmones y a los
ojos, además de formar gran cantidad de radicales libres, muy
reactivos, que ataquen a los lípidos de las membranas neuronales.
Estos efectos se observan sobre todo a más de 65 metros de
profundidad.
Ante una situación así,
hay que subir a la superficie, pero evitando las prisas, puesto que
una subida demasiado rápida podría agravar aún más la situación,
provocando un accidente de descompresión. Si volvemos a pensar en la
ley de Henry, al subir y reducirse la presión, la disolución de los
gases en sangre también se reduce, y una parte del nitrógeno
disuelto debe volver a su estado gaseoso en forma de microburbujas
que, al llegar a los pulmones, son eliminadas. Por este motivo, son
necesarias las paradas de descompresión, puesto en que una subida
sin pausas se crean microburbujas con demasiada rapidez, los pulmones
no tienen tiempo suficiente para eliminarlas y al acumularse crecen
en tamaño por coalescencia (porque las burbujas se juntan formando
burbujas más grandes). Las microburbujas no son peligrosas en sí,
pero si alcanzan un diámetro determinado, pueden llegar a ocluir un
vaso sanguíneo (embolia gaseosa).
Los afectados por un
accidente de descompresión deben ser trasladados de urgencia a un
hospital que disponga de cámara hiperbárica. Allí se simula una
inmersión profunda; y, a continuación, la presión se disminuye
progresivamente con las paradas de descompresión necesarias, para
eliminar el nitrógeno poco a poco.
Hay que tener en cuenta
que el número de accidentes de este tipo es muy bajo en relación
con el número de inmersiones que se realizan. Básicamente, hay que
saber que estas situaciones existen, cómo prevenirlas y conocer los
signos de alarmas para poder disfrutar de este deporte con seguridad.
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