30 sept 2011

¿Cómo afectan las presiones extremas al cerebro? (I)


El buceo

Reconozcamos que el agua no es el medio natural del ser humano. Así que para asegurar que no sufrimos ningún daño no es suficiente equiparse con un material adecuado, sino conocer como puede afectarnos un aumento de presiones.

A medida que se desciende, la presión aumenta a razón de una atmósfera cada diez metros (teniendo en cuenta que en la superficie ya se soporta una atmósfera de presión), motivo por el que hay que ir regulando progresivamente la presión del aire que subministra la botella. La composición del aire en la botella es la misma que respiramos normalmente, con un 79% de nitrógeno y un 21% de oxígeno. Pero ahí abajo la ley de Henry nos puede traicionar: A temperatura constante, la cantidad de gas disuelto en un líquido es proporcional a la presión que ese gas ejerce sobre el líquido. O traducido en términos de fisiología humana, a medida que el buceador desciende, la presión de los gases aumenta y la cantidad de oxígeno y sobre todo nitrógeno (porque el cuerpo no lo consume, a diferencia del oxígeno) disueltos en sangre cada vez es mayor. 


Al aumentar el nitrógeno en sangre, este se fija a los lípidos, especialmente en la superficie de las neuronas y en la mielina, que es la vaina grasa que envuelve a muchas neuronas para facilitar la conducción nerviosa. La transmisión neuronal se ve entorpecida por este fenómeno y el buceador empieza a sentir un embotamiento mental, conocido como narcosis por nitrógeno o la “borrachera de las profundidades”. No hay una profundidad clave para empezar a desarrollarla, sino que depende mucho de cada persona; y hay factores que la facilitan (obesidad, estrés, falta de entrenamiento, frío...).

También el oxígeno puede jugarnos una mala pasada. Respirar una mezcla demasiado rica de oxígeno puede afectar al sistema nervioso, a los pulmones y a los ojos, además de formar gran cantidad de radicales libres, muy reactivos, que ataquen a los lípidos de las membranas neuronales. Estos efectos se observan sobre todo a más de 65 metros de profundidad.

Ante una situación así, hay que subir a la superficie, pero evitando las prisas, puesto que una subida demasiado rápida podría agravar aún más la situación, provocando un accidente de descompresión. Si volvemos a pensar en la ley de Henry, al subir y reducirse la presión, la disolución de los gases en sangre también se reduce, y una parte del nitrógeno disuelto debe volver a su estado gaseoso en forma de microburbujas que, al llegar a los pulmones, son eliminadas. Por este motivo, son necesarias las paradas de descompresión, puesto en que una subida sin pausas se crean microburbujas con demasiada rapidez, los pulmones no tienen tiempo suficiente para eliminarlas y al acumularse crecen en tamaño por coalescencia (porque las burbujas se juntan formando burbujas más grandes). Las microburbujas no son peligrosas en sí, pero si alcanzan un diámetro determinado, pueden llegar a ocluir un vaso sanguíneo (embolia gaseosa).

Los afectados por un accidente de descompresión deben ser trasladados de urgencia a un hospital que disponga de cámara hiperbárica. Allí se simula una inmersión profunda; y, a continuación, la presión se disminuye progresivamente con las paradas de descompresión necesarias, para eliminar el nitrógeno poco a poco.

Hay que tener en cuenta que el número de accidentes de este tipo es muy bajo en relación con el número de inmersiones que se realizan. Básicamente, hay que saber que estas situaciones existen, cómo prevenirlas y conocer los signos de alarmas para poder disfrutar de este deporte con seguridad.


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