La hormona del crecimiento (conocida como GH) ha sido uno de los tratamientos hormonales más conocidos por la sociedad en los últimos 20 años. Se popularizó gracias a los avances en genética que han permitido que podamos fabricarla masivamente a partir de bacterias transgénicas (sí, gracias a los transgénicos se hacen otras cosas vitales, además de hortalizas asesinas, mode ironic off).
Esta hormona, cuya principal acción es de sobras conocida, también cumple un papel en el metabolismo de las grasas, potencia la síntesis de proteínas (es un anabolizante) y reduce los efectos de la insulina (cosa que es muy útil cuando uno está hipoglucémico). Pero en terapéutica solamente nos interesa por su función en la regulación del crecimiento.
Y aquí es donde empieza el problema, puesto que de todos los niños que tienen talla baja solo un 5% tiene un déficit de GH (como le pasó a Messi); y la industria farmacéutica, que sabe lo preocupante que puede ser para unos padres que su niño sea bajito, ha intentado por activa y por pasiva colar todo tipo de indicaciones. En España se aceptan, a parte del déficit de GH, el síndrome de Turner, el síndrome de Prader-Willi (del que hablamos hace un mes), la insuficiencia renal crónica y los niños que nacen pequeños respecto a su edad gestacional (si no han recuperado la talla antes de los 2 o 3 años de manera espontánea). Si nos fijamos en Estados Unidos la lista de indicaciones es mucho más amplia y hasta se acepta administrarla en niños que son bajos porque sus padres también lo son (la talla baja familiar), aunque los resultados del aumento de crecimiento son muy dudosos (los mejores datos indican que se ganan menos de 3'5 cm).
Pero vayamos a ver lo que sucedería (y, a veces sucede, aunque cueste de creer) si yo tengo un hijo en edad de crecimiento, con una talla normal para su edad, pero quiero que sea más alto (porque la ilusión de su vida es dedicarse al baloncesto) y tengo acceso clandestino a GH.
La respuesta rápida y fácil es que se quedará muy posiblemente más bajo de lo que debería haber sido, o con suerte, igual que si no le hubiéramos dado la hormona, añadiendo los efectos secundarios que pueden derivar del tratamiento (principalmente el riesgo de desarrollar diabetes). Esto se debe a que, cuando se recibe un exceso de GH, la metáfisis de los huesos (las zonas por donde el hueso crece en longitud) se estimulan mucho y al cabo de un tiempo se cierran definitivamente, es decir, el niño dará un estirón y luego parará de crecer, que es aproximadamente lo que ocurre en la pubertad (donde también se incrementa la producción de GH).
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